Para entender una farsa, y aceptarla, primero tenemos que ser cómplices. Es decir, saber profundamente que estamos ante una situación con carácter cómico y satírico… y en especial aquella que satiriza los aspectos ridículos y grotescos de ciertos comportamientos humanos.
Para referirme a los puntajes del vino me cabe perfecta esa palabra. Hay un grupo (minúsculo, por suerte, dentro de la industria) que se presta a esta situación de “someterse” a que una persona los califique con un puntaje determinado, según el criterio que el considera.
Lo malo de eso es que se adapta a todo tipo de exigencias por parte de estos personajes que les hacen “vender” los vinos en algunos mercados internacionales. O por lo menos, es lo que dicen las bodegas o productores cuando les preguntas por qué razón hay tanta veneración cada vez que llega alguien a poner un puntito.
El norte está marcado por preguntas, que a su vez, abren otros interrogantes. Y hay que hacerlas. O por lo menos es como aprendí a ser periodista: ¿Quiénes son estos tipos? ¿Pueden diferenciar y caracterizar con minuciosidad uno y otro, y otro, y otro vino, luego de probar más de 50 muestras? ¿Por qué se juntan con algunos enólogos y con otros no? ¿Por qué hace 10 años les gustaban los vinos con mucha madera y ahora la odian? ¿Cómo se transformaron en “especialistas”? ¿Hicieron un curso, viajaron y probaron, tocaron buenos contactos?
El abanico del ego
La búsqueda de aprobación en los tiempos que vivimos es furiosa. Desde los likes en las redes sociales hasta las aplicaciones que reúnen los mayores puntajes para decidir ver un película o pedir comida. Todo está calificado, hecho en rankings.
Si yo te contara en alguna noticia, publicación o post, que el filme “Chicago” ganó el Oscar de la Academia como la mejor película del año, estaría ponderando más ese musical por encima de otro, porque fue premiado por un jurado que “entiende” de cine. Lo que sucede es que a vos los musicales no te gustan, pero quizá en esta ocasión hagas el esfuerzo de verla porque ganó el premio.
Para decirlo mejor, la conclusión entonces es que lo que estaría pasando es que el premio se vuelve más relevante que lo premiado. No importa si es un musical o un western, lo que importa es que ganó el Oscar.
Como en el cine, en el mundo de los autos pasa lo mismo, de los perfumes, de la ropa y por supuesto del vino.
La fiebre de la adulación
En tiempos donde todo esta pautado, siempre estamos obligados a formular algunas reflexiones. En este afán por ser adulados de manera constante, individuos o empresas buscan ambientes propicios, vacíos de preguntas incómodas. Y lo más grave es que muchos de esos calificadores son periodistas. O comunicadores. O “creadores de contenidos”.
Lo alarmante de esa situación es que pone de manifiesto el desafío que tenemos algunos comunicadores en nuestro rol. Porque evidentemente no todo es igual.
Y cuando las preguntas son más importantes que las respuestas, ponen en jaque la veracidad de los mensajes que salen desde ahí.
En el mundo del vino también resulta imperativo recuperar la credibilidad de los mensajes.
